Asociación para la Atención a Personas con Discapacidad Intelectual y del Desarrollo y a sus Familias
Asociación para la Atención a Personas con Discapacidad Intelectual y del Desarrollo y a sus Familias

El refugio del “todo saldrá bien”

Seamos conscientes o no, estamos viviendo una situación extraordinaria. Los cambios en nuestra vida, aunque nos neguemos a aceptarlo, están siendo muy profundos. Sólo nos tocamos chocando los codos, no nos besamos para saludarnos y no nos abrazamos, aunque llevemos mucho tiempo sin vernos. Nos lavamos las manos constantemente, ahora en nuestras listas de la compra hay algo que se llama gel hidroalcohólico, hemos aprendido química y ahora sabemos que el agua oxigenada se llama peróxido de hidrógeno, la lejía hipoclorito de sodio y conocemos en qué porcentaje debemos usarlo en una solución para que sea viricida. Hemos tenido que aprender a toda prisa el uso de medidas de protección individual que sólo se usaban en algunas zonas restringidas de los hospitales y somos capaces de distinguir entre mascarillas quirúrgicas, higiénicas y los tipos de FFP. Las conversaciones en la calle ya no van de fútbol, ahora preferimos debatir sobre ertes, sobre qué vacuna tiene más probabilidades de llegar antes a nuestro auxilio, si la de Oxford o la de la Fundación Gates; o sobre si las ayudas de la Unión Europea serán suficientes para amortiguar la crisis económica que viene.

Han sido muchos cambios, cambios sociales, culturales, económicos, que hace unos meses no nos podríamos ni imaginar, que han llegado de golpe y a los que nos hemos acostumbrado a la fuerza, sin anestesia. Aunque, también es verdad, que todavía hay gente que no se quiere hacer cargo de la situación y parece que esto de la pandemia no va con ellos. Pero con la gente que está y trabaja en AMAFI, como con la mayoría de la población, sí que va. Y va porque un día todo era normal y al día siguiente se habían suspendido todos los servicios de atención diurna, se habían aislado los grupos de convivencia, se habían adaptado los horarios de trabajadores y trabajadoras y se empezaban a aplicar protocolos de seguridad que nos dejaban aislados del exterior, más aislados que de costumbre. No venían los compañeros y las compañeras del Centro de Día ni del Taller Ocupacional, la puerta de entrada se transformaba en la de una fortaleza en la que los proveedores que traían la comida tenían que esperar pacientes a ser atendidos o desde la que la policía y protección civil, demostrando un cariño enorme, venían a felicitarnos cuando cumplíamos años. Una puerta que sólo se atrevía a cruzar el inmenso camión de los bomberos de Infocam, que vinieron un par de veces a fumigar ese producto que acababa con el virus y que, además, caía como un bálsamo que calmaba nuestros miedos. Una puerta de entrada infranqueable para familiares y gente querida. Una puerta por la que tampoco podíamos salir. Y dentro, la rutina de los días repetidos, como en muchos hogares. Nos refugiamos en el cariño de la gente, en los mensajes de apoyo, en las donaciones de material que recibimos de vecinos y vecinas y en el “todo saldrá bien” que, por ahora, celebramos aún a sabiendas de que fuera no han tenido tanta suerte como en AMAFI y de que esto todavía no ha acabado.

Pero detrás de esa monotonía de días que calcaban al anterior había mucho movimiento. Había que conseguir equipos de protección, guantes, geles hiroalcóholicos, productos desinfectantes y muchas más cosas que con la ayuda de Plena Inclusión Castilla-La Mancha fueron llegando poco a poco y a unos precios que descuadraban cuentas y presupuestos. Por supuesto que detrás había mucho movimiento, el de los y las profesionales que tenían que cubrir todos los turnos para atender a las personas que están en la Residencia y en las Viviendas Tuteladas. Profesionales que, detrás de una pantalla del ordenador o por el auricular del teléfono seguían ofreciendo ayuda a las familias de atención temprana que, hasta hacía unos días, visitaban en su casa. Profesionales que seguía preparando tareas y se seguían preocupando, ahora más, por sus alumnos y alumnas del aula de Educación Básica. O profesionales, que armadas con tijeras, aguja e hilo se pusieron a fabricar mascarillas a discreción para sus compañeros y compañeras e incluso para otros colectivos a los que hemos podido facilitárselas.

Porque otra cosa no, pero lo que aprendimos en esas primeras semanas de pandemia es que, cuando nos ponemos, somos una sociedad capaz de demostrar solidaridad, agradecimiento y compromiso. Nos dieron la oportunidad de demostrar lo que podemos hacer colectivamente y lo hicimos. Ahora sólo nos queda demostrar que podemos seguir haciéndolo.

Por prevención y por protocolos que llegan desde la Administración, las personas en AMAFI siguen prácticamente confinadas. Para ellas, la “nueva normalidad”, hasta ahora, ha sido mantener la confianza en que siguieran descendiendo el número de contagios y que se fueran relajando los protocolos que se aplican en los centros sociosanitarios para disfrutar de unos días de vacaciones fuera del centro o salir a dar un paseo por el pueblo.

Este año no estamos disfrutando de muchas cosas, pero seguro que seremos capaces entre todos y todas, cada persona desde su responsabilidad, de conseguir frenar la transmisión del virus hasta que llegue una solución que nos haga olvidarnos de que hubo un día en el que sólo nos tocábamos chocando los codos, no nos saludábamos besándonos ni nos abrazábamos, aunque hiciera mucho tiempo que no nos viéramos.

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